Opinión

Una historia no contada que todo Celaya debe saber…

Por Íñigo Javier Rodríguez Talancón.

  • Recordando la elección municipal en Celaya de diciembre de 1985.

En diciembre de 1985 el PAN ganó la elección de Ayuntamiento por la buena.  Recordemos que entonces esta elección ocurría en ese mes, separada de los otros comicios. El candidato panista, Ricardo Suárez Inda, pese a su ostensible inexperiencia en política, se impuso ajustadamente a su sobrino político, Jorge Chaurand Arzate -casado con Teresa Suárez, hija de su hermano mayor Jorge- en una contienda que por primera vez desató pasiones y dividió a la clase media de Celaya.

El PAN en Celaya era distinto al que conocemos porque aún no había sido colonizado por la funesta organización secreta y ultraderechista de “El Yunque”; era un partido que, ya añejo en sus participaciones políticas en el municipio, casi siempre testimoniales, en los ochenta se había transformado en vehículo de expresión al descontento social de la clase media en buena parte del Bajío, como respuesta a los dos pésimos gobiernos federares anteriores, de Echeverría y López Portillo, con su cauda de sendas crisis económicas que golpearon con dureza a aquella.

En esta susodicha elección se enfrentaban dos candidatos emparentados entre sí, y que portaban nombres de la “prosapia” del lugar: Jorge Chaurand, miembro de una familia que había sido beneficiaria del priísmo clásico –iba a ser el cuarto alcalde de Celaya con ese apellido- y Ricardo Suárez, con el antecedente de que su hermano Guillermo, ya difunto en ese momento, había sido uno de los esforzados fundadores del PAN en Guanajuato.

Como menciono, la contienda electoral fue cerrada; el PAN, a diferencia de otros comicios en que había participado, fue capaz de formar una estructura de afiliados y simpatizantes que cubrió la totalidad de las casillas; pudo así defender con solvencia y contra “viento y marea” el voto, tanto en la zona urbana como en la rural, y ganó la elección por una diferencia pequeña de poco más de 900 votos

Obstruidos en esa forma, los “mapaches” priístas no fueron capaces de evitar este sensible inconveniente al sempiterno oficialismo; los días posteriores la elección y previos al inicio del cómputo municipal pusieron en vilo a la ciudad. Ambos partidos enseñaron su músculo: el PAN, con un nutrido plantón permanente en la calle de Zaragoza, donde se ubicaba la Comisión Municipal Electoral (CEM); los del PRI desplegando una larga marcha de las supuestas “fuerzas vivas de la revolución” que incluyó, además de la nomenclatura del priísmo local más recalcitrante, a dirigentes sindicales, comisariados ejidales, acarreados, muchos paleros y, como colofón, los vestigios de las llamadas “Fuerzas Rurales”, a caballo y portando enmohecidos e inútiles rifles máuser.

Los diarios de la ciudad, El Sol del Bajío y AM “hicieron su agosto” aquel diciembre, con la publicación de multitud de desplegados e inserciones, en donde ambos bandos alegaban el triunfo y señalaban la aviesa intención del oponente para intentar robarlos; fueron, como es obvio, los más a favor de la causa oficialista que estaba henchida de recursos, y muchos menos, los del PAN; en aquellos se exhortaba en tono grandilocuente a la paz y la concordia entre coterráneos, exhibiendo el cinismo que era connatural a los firmantes; mientras que los panistas reclamaban el reconocimiento de un triunfo innegable según las actas de cómputo de la elección. Un contencioso mediático como nunca se había visto en Celaya.

Llegó el día miércoles posterior a la elección, y a las 8:00am se instaló en sesión permanente la Comisión Municipal Electoral para el único propósito de realizar el cómputo total de la elección; este organismo, de cariz eminentemente político, estaba dominado por una mayoría priísta; podía además, en ejercicio legal pero abusivo de esta mayoría y según su entender o conveniencia, rehacer cómputos parciales de casillas particulares e incluso anularlas por “incidentes” que hubiesen alterado el orden de la votación.

En un “suelo tan disparejo” se desarrolló esta sesión permanente y, como era previsible, el PAN perdió la elección no obstante a que había obtenido la mayoría de los votos. Ganó el PRI porque sus representantes ante la CME resolvieron anular tantas casillas como fue necesario (tres) para revertir el resultado. Fue un vil y descarado despojo.

Los priístas se salieron con la suya, pero con un costo político incalculable en ese momento; con el tiempo se reveló como lo que fue, una victoria pírrica, pues había sido a precio de anular la votación de casillas ubicadas en la zona de La Alameda, donde tenían su domicilio particular ambos candidatos, y se había votado casi en forma masiva a favor de Ricardo Suárez; en La Alameda, una parte de la ciudad eminentemente de clase media donde muchos de sus colonos, como los mismos candidatos, estaban emparentados entre sí.

Aunque la calificación administrativa de esta elección había terminado, la calificación política aún estaba pendiente: correspondía al congreso local, que para los efectos se constituía en dizque “colegio electoral”, determinar la validez los comicios; otro rasgo odioso del autoritarismo que vivimos en ese tiempo.

Este colegio electoral, bajo clara consigna, ratificó el despojo fraguado de origen. Todo fue un mero trámite, y el primero de enero de 1986 Jorge Chaurand Arzate protestó el cargo de presidente municipal con el repudio de muchos, que incluía a varios de sus parientes políticos.

 

  • Los intríngulis de la designación de Javier Mendoza Márquez como el candidato priísta en la elección de diciembre de 1988.

El siguiente presidente municipal fue impuesto también por un fraude electoral. Pero esta historia, más allá del fraude en específico, que fue público y notorio, se sustenta en otra que sólo en algunos selectos corrillos se ha mencionado, y sólo podría ser verificada por los directamente involucrados, pero que es consistente con lo que al final sucedió.

Este inefable personaje, Javier Mendoza Márquez que, a pesar de la prosapia de su segundo apellido no proviene de una familia adinerada, ni tampoco fue heredero de patrimonio alguno, surgió como un rico empresario después de su paso por la administración del municipio.

Había sido tesorero en el gobierno del cuestionado Jorge Chaurand, y sin mayor activismo político visible fue posteriormente nominado por el PRI como candidato a la presidencia municipal para cubrir el periodo 1989-1991. Esta nominación fue para muchos una sorpresa.

Pues bien, la historia a que refiero cuenta que su postulación fue el producto de una obscura negociación política entre el PAN y el PRI; que no fue una decidida por el gobernador del Estado en ese entonces, Rafael Corrales Ayala, sino por el tío de Rosa Suárez, la esposa del candidato, nada menos que Ricardo Suárez Inda…

Para sopesar la consistencia de esta versión primero hay que repetir que la elección de 1985 fue robada vilmente al PAN y fue un grave punto de fractura política y social. El gobernador Corrales Ayala, político agudo forjado en el viejo PRI sabía bien de los riesgos que representaba la próxima elección municipal en Celaya y actuó para conjurarlos; concibió una marrullería profiláctica para evitar por cualquier medio que Ricardo Suárez se volviera a postular como candidato del PAN. Hasta cierto punto en esto se prefiguró la concertacesión ocurrida pocos años después con el ramonazo.

Sigue esta versión que, por el mes de mayo de 1988, con cierta antelación a las elecciones municipales de diciembre, hubo un contacto entre Ricardo Suárez y personeros del susodicho gobernador, quienes lo citaron a un encuentro en la ciudad de Irapuato, en el comedor de un conocido hotel de esa ciudad.

Concurrió ahí un pez gordo ligado a la Secretaría de Gobierno, quien le hizo a Don Ricardo una advertencia, pero también muy a la usanza del viejo PRI, dos generosos ofrecimientos. Algo así habrían sido sus palabras: “si se vuelve a postular no lo dejaremos llegar a la alcaldía… Pero, a cambio de renunciar a esta pretensión, el gobernador le ofrece dos cosas: que usted vaya a la primera posición en la lista de diputados plurinominales del PAN al Congreso del Estado, y que escoja usted al candidato del PRI”.

Abundando sobre lo último, este personaje le aseguró que la primera posición en esa lista estaba ya debidamente arreglada a su favor con el CEN de ese partido; y en cuanto a quién él “designara” como candidato del PRI, la única limitante era que no podría tratarse de una persona identificada con Acción Nacional.

Lo sucedido posteriormente parece corroborar esta versión: Ricardo Suárez fue diputado plurinominal del PAN al Congreso local, y Javier Mendoza, su sobrino político más cercano, candidato del PRI a la alcaldía de Celaya.

 

  • Sobre las nefastas consecuencias de esta retorcida “concertacesión”.

A la postre, sin embargo, esta retorcida maniobra le resultó insuficiente al oficialismo. Porque si, como vimos, en 1988 Ricardo Suárez, quien era el “candidato natural”, se hizo a un lado y apoyó la postulación de Carlos Aranda Portal, un leonés recién llegado a Celaya, ligado al “Yunque” y a quien muchos imaginaron como un candidato débil, éste le ganó la elección municipal a Javier Mendoza.

De nuevo sucedieron los mismos escarceos poselectorales de tres años atrás, y como entonces, la CME anuló tantas casillas como era necesario para revertir el resultado que, de nueva cuenta, ajustadamente, favorecía al PAN. Y el Congreso del Estado ratificó el despojo.

Con este nuevo gobierno espurio, esta vez de Javier Mendoza, el cual se caracterizó por la corrupción y el abuso, los daños políticos y sociales para Celaya fueron considerables, y aún los resentimos.

A esto concurrió además la circunstancia de la paulatina pérdida del PAN como un genuino partido opositor independiente y cercano a las clases medias. Carlos Aranda, quien por fin en 1991 pudo encabezar la tan ansiada alternancia, abrió también la “puerta trasera” a muchos otros miembros de “El Yunque”, y permitió iniciara con ello la colonización del PAN; un proceso insidioso y dilatado en que se hizo primero a un lado a los viejos luchadores panistas de las épocas estoicas de la “brega de eternidad”, y luego, secuestrando su historia, sus siglas y el prestigio que forjaron aquellos, convirtió a este partido en una agencia de colocaciones en las burocracias de Guanajuato, cuyos miembros asimilarían, sobrepujando y sofisticando no pocas veces, las mañas de la corrupción priísta. ¿Se terminará en unos días este ya muy largo régimen prianista?