Opinión

Tienes la pareja para la que te alcanzó

Redacción: Héctor Arturo Estefanía Montero

En una pareja nadie es víctima de nadie, siempre somos cómplices como aquella frase que dice “aceptamos el amor que creemos merecer”

En la mayoría de los casos es casi una regla que todos se sienten víctimas de las carencias y de los defectos del otro. Y los terapeutas suelen confrontar con dos preguntas: ¿por qué estás casado con esa persona y por qué sigues con alguien que defines como neurótico y limitado? Abróchense los cinturones, que aquí viene la respuesta: es para la que te alcanzó y porque tienes lo que crees que mereces. Si les hubiera alcanzado para más, estarían con alguien valioso, pero, ¿quién les correspondió?

¿Recuerdas la canción que dice: “que la chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar”. Imagínate casarte con la versión emocional de una chancla. ¿Quién se va a animar a levantarla, un zapato fino y distinguido? Obvio no. ¿Entonces quién? Claro, pues otra chancla.

Las chanclas siempre vienen en pares. Cómo se vería una persona calzando en un pie una chancla y en toro un zapato espectacular. Un poco ridícula, ¿no? Pues lo mismo ocurre con la pareja: resulta impensable ver a un/a cavernícola/histérica/misógino/interesada con una persona sana que se respeta a sí misma.

Quienes no tienen capacidad de autocrítica para reconocer sus propias carencias, se sienten víctimas de los defectos del otro, en quien proyectan su propia “chancludez”. En lugar de utilizar su energía para mejorar, despotrican contra los defectos de la chancla que ven reflejada en el espejo de enfrente y que no es sino su propia imagen. Si la chancla insiste en que merece caminar al lado de una exquisita zapatilla de cristal, se va a llevar una gran desilusión porque su bajo perfil solo le alcanzará para otra chancla.

Esto me recuerda un cuento titulado “La perfección”.

Nasrudin conversaba con un amigo.

-Entonces, ¿nunca pensaste en casarte?

-Sí pensé-respondió Nasrudin.

-En mi juventud resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer muy espiritual y linda, pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué viajando y fui a Isfahán. Ahí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa y conocedora de la realidad material.

-¿Y por qué no te casaste con ella?

-¡Ah, compañero mío!, ¡lamentablemente ella también quería un hombre perfecto!

La mujer perfecta es una “princesa”, mientras que el hombre perfecto es un “príncipe”. Nasrudin carecía de capacidad de autocrítica y se creía uno de ellos hasta que apareció una verdadera princesa en su vida que lo enfrentó con la dolorosa realidad: no le alcanzaba para una mujer perfecta porque él no era un hombre perfecto.

EN LUGAR DE IR POR LA VIDA BUSCANDO A LA PERSONA IDEAL, TENEMOS QUE TRABAJAR EN SER LA PERSONA IDEAL: O SEA, EN NUESTRA AUTOESTIMA.