Opinión

DOBLE O NADA, EL VIRUS DE LA OTRA VIOLENCIA

Por: José Luis Ramírez

Hay temas de moda, que tienen los pies ligeros, como diría Ovidio. Hay otros, que parecen haberse escrito hoy, y que deben repetirse hasta que cese el daño, o las causas que los provocan. Me propongo repetir lo escrito, porque solo ha cambiado la fecha y los números al alza, y yo, cambiaré el título.

La casa, o simplemente el espacio donde se vive, se han convertido en el primer escenario de la violencia familiar. Escalofriante, sí, esa es la palabra. Cuando se anunciaba la reclusión como forma de impedir la propagación y contagio de la neumonía fatal, pensé en el otro virus que todos los días y desde hace años, deja muertos en vida: el abuso, y la violencia sexual infantil.

Recapitulo, la pandemia obligó a miles de mujeres y niños a permanecer en una reclusión involuntaria, e incrementó la violencia dentro de los hogares. Una violencia silenciosa que se arrastra desde siglos, y que es peor que cualquier virus, porque no es temporal, ni se busca una vacuna, no se publicita, pero deja muertes y heridas que no se curan nunca.

Cada año, más de 4 millones y medio de niñas y niños son víctimas de abuso sexual. México, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) tiene el primer lugar mundial en estos delitos. De acuerdo con el Colectivo contra el Maltrato y Abuso Sexual Infantil, esta cifra es poco realista porque sólo es denunciado uno de cada 100 casos de abuso. Si apestan las oficinas de las instituciones que deberían garantizar la seguridad y el bienestar, ya sabe porque.

Hace tiempo lo mencione, la Asociación para el Desarrollo de Personas Violadas, denunció que no hay atención a la violencia sexual, que es invisibilizada pese al incremento de casos. Al señalar que su organización ha detectado casos de menores de entre 4 y 5 años víctimas de violencia sexual, que no son denunciados, además de que no hay “peritos especializados para atender a los menores agredidos”.

En la mayoría de los casos el abuso sexual es una experiencia traumática. La niña o niño lo vive como un atentado contra su integridad física y psicológica, señalan especialistas. La vida real, la que nos enfrenta dentro y fuera de casa, impone su rudeza, pero se valida, cuando los estudiosos se atreven a señalar, “puede” afectar su desarrollo psicoemocional, así como su respuesta sexual en la vida adulta. ¿Vida adulta?

La violencia sexual infantil, “es una conducta perpetrada, en su mayoría, por familiares directos de niños, niñas y adolescentes”. Lo digo en voz alta, dentro del confinamiento, se tejen historias de asco y cinismo. El silencio es un crimen a domicilio, pero hay otro territorio de la infamia, intocable.

Una etiqueta cruel que se oculta con una máscara victoriana, es el turismo sexual infantil que nos colocaba en los primeros lugares del mundo, y que hasta hace unos meses inundaba México. Lo mejor de nuestra sociedad, los niños y los jóvenes que hoy los vemos reportados como desaparecidos deben ser buscados y encontrados.

En México, “el número de niños y niñas sometidos a esclavitud sexual oscila entre 16 mil a 20 mil (INEGI, UNICEF, DIF). Otros estudios calculan que la cifra asciende a 70 mil, de los cuales, 50 mil son explotados en las zonas fronterizas, y 20 mil en el resto del país. Todos los días, hay niñas y adolescentes desaparecidas dejando a las familias en una profunda consternación, y con heridas emocionales peor que la muerte por Covid-19.

Ayer que escuchaba una entrevista a Santiago Nieto, el director de la UIF, señalaba que la generación de recursos ilícitos del crimen organizado, no son estrictamente por el tráfico ilegal de drogas, sino también por la trata de personas, tráfico de órganos. Estas prácticas brutales que dañan y lastiman a la sociedad, y que siempre fueron tratadas como leyendas urbanas; pesar de lo que se diga, no están en la nota roja, ni en las sentencias, ni en la procuración de justicia, y ahora son hechos jurídicos que deben investigarse a profundidad.

Y reitero, la omisión de la ley, la complicidad, la corrupción y la impunidad que se tejió durante decenas de años entre los violentadores y los encargados de darnos seguridad y garantizar los derechos humanos, dejó indefensa a la sociedad, y a un sistema judicial y político pudriéndose en la ignominia.

Los procesos electorales no son, ni debieran ser un carrusel de vanidades, ni desfile de ambiciones y mezquindad personal como lo han sido hasta ahora. Urge rescatar la representación popular en las Cámaras, en los Ayuntamientos, desde esos sitios permisivos y omisos se ha generado la complicidad para que crezca todo tipo de violencia, y particularmente en contra de los mas vulnerables: los niños y las mujeres.

Y sí, hay otra guerra que no es armada, que también se da en las calles, en la casa y en los espacios de poder político, es la de la hipocresía, y la felonía en contra de la vida de miles de mujeres y niños, su aliado es el silencio social a cambio de la comodidad inmoral y un plato de lentejas.

Revolcadero.

Regresa la violencia, y también las mismas respuestas: “la inseguridad no se soluciona de un día para otro”: Elvira Paniagua.