Opinión

Sabor a Letras

Ma Cristina Sierra Rojas

(Presidenta de la Fundación Colosio, Filial Cortazar, Gto.)

 

Mientras rasuro a mi abuelo nonagenario, recuerdo que fue él, Salvador Sierra, quien me indujo al mundo de la literatura, hombre bajito, delgado, de piel morena, tan morena que lo apodan “El Prieto”, hijo de Enedino Sierra, mi bisabuelo, a quien sólo conocí en foto; era alto de piel blanca, cara redonda y enormes ojos azules; tuvo 8 hijos, 3 mujeres y 5 hombres; mitad prietos, mitad güeros, mi abuelo entre los prietos, quien a su vez tuvo 2 hijas y un hijo; otro Enedino Sierra, alto, blanco, de ojos verdes, no heredé el color de ojos de este último hombre, pero sí tengo sus facciones; hija de tigre pintita, aunque yo tenga los ojos cafés y la piel ni blanca ni prieta.

El punto es que ni mi abuelo ni mi padre fueron a la escuela pero ambos saben leer y escribir perfectamente. A mi padre lo enseñó mi abuelo y a mi abuelo desconozco quién le enseñó, pero sí lo recuerdo todos los días leyendo como hábito o como penitencia, el periódico. Por eso hablaba con quién fuera del tema que fuera, y digo, hablaba, porque desde hace cinco años que le dio un derrame cerebral, ya no coordina lo que dice pero sigue leyendo dos o tres periódicos todas las mañanas.

De ahí surgió mi pasión por el mundo de las letras, devoraba todo que caía en mis manos. De la primaria recuerdo “El Cantar del Mio Cid” y “El Principito”,  entré de lleno al mundo de la literatura, a la par que conocí a dos personas; a mi mejor amigo, Jorge Rojas, y al escritor Herminio Martínez, uno joven el otro maduro, discípulo y maestro, ambos con la misma pasión por la lectura con el mismo apetito voraz por los libros y por ende, amantes de la pluma y el papel o las teclas y el monitor, su pasión me contagió y me vi aún más inmersa en las historias diversas, el año en que conocí a Jorge, leí 57 libros, ahora no tengo el tiempo que tenía antaño, pero sigo recibiendo como el mejor regalo, un libro que huela a nuevo o a viejo, ¡no importa! el punto medular siempre es la historia.

La causa de las dudas, de los temores, de la incertidumbre, la madre de la ignorancia; es una vida sin libros. Es maravilloso viajar y conocer lugares en persona, pero qué placentero es hacerlo desde el sofá de tu casa con una taza de café en la mano, qué delicia, jugar con los colores, olores, sabores, con los sentimientos y acontecimientos históricos que un autor plasma en papel. Ellos imaginan un mundo escrito y nosotros, los lectores, lo cambiamos a nuestro antojo. El libro es el receptáculo y las letras el contenido, un trago divino para las neuronas de nuestro cerebro.

Y hay de todo y para todos, cómo olvidar “El cuervo” de Edgar Allan Poe, mágico animal posado en el busto de palas en el dintel de su puerta, y su lúgubre: “nunca más”. ¿Viviría Poe, realmente esa experiencia? Porque los cuervos sí hablan y sí estremecen la piel con su aguda y profética voz. Lo que me remite a las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, también proféticas de alguna manera, viví los “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, cada vez que llueve y parece no tener fin, recuerdo que en “Macondo” llovió cuatro años, once meses y dos días.

Otro libro que recuerdo es “Crimen Y Castigo” de Fiódor Dostoyevski, me dejó una semana cuestionándome si todos los criminales tienen conciencia, si el resultado de sus actos los persigue, los acosa, los enloquece como enloqueció a Rodión Raskólnikov.

Y viendo la situación, social, económica y política que atraviesa nuestro país, no puedo omitir hacer mención a mi libro favorito: “Los Miserables” de Víctor Hugo, ningún libro antes y después de este ha tenido el mismo efecto en mí; al terminar de leerlo, lloré, lloré y lloré. Me pregunté cuántos Jean Valjean son condenados por robar pan para sus familias hambrientas, mientras los verdaderos facinerosos andan sin pena ni gloria libres, escondidos en lujosos hoteles en Guatemala.

“Amarte a la antigua”, dice una canción, porque el amor a la antigua no se sentía, se vivía, entonces diría yo: hay que leer a la antigua, leer en papel, sentir y vivir cada letra, leer a los grandes escritores, a los nuevos, leer el periódico, impregnarnos de conocimiento.

-23 de abril, Día Internacional del Libro y los Derechos de Autor –