Opinión

BORGES Y EL PAPA

Jeremías Ramírez Vasillas

 

La vida nos depara sorpresas insospechadas, ya sea la real o la mediática. Una mañana, hace algunos días, mientras saboreaba mi taza de té sin azúcar y mordisqueaba un trozo de pan —que siempre lo hago como si fuese un ritual— prendí la tele para ver algún fragmento de alguna película, una serie o un documental.

Entré a Netflix y al ir revisando su catálogo descubrí una serie argentina sobre el Papa Francisco, titulada Llámame Francisco, dirigida por Daniele Luchetti, que narra desde sus inicios la carrera sacerdotal del actual Papa Francisco.

No soy católico, pero soy curioso. Y apreté el botón de ENTER del control. No pensaba ver más de 10 minutos, pero me gustó como estaba filmada, con una puesta en escena bien cuidada que logra retratar con verosimilitud la ciudad de Buenos Aires de los años sesenta (muy parecido a la ciudad de México de esos años).

Mi primera sorpresa fue enterarme que el Papa se llama Jorge Bergoglio. Lo que es estar lejos de la iglesia. La serie inicia mostrando a un joven novicio (Jorge Bergoglio) en algunas situaciones de juventud, ya con el propósito de irse de misionero al Japón. Pero al pobre joven Bergoglio le niegan esa posibilidad. Frustrado se va a trabajar de maestro de literatura al Colegio de la Inmaculada Concepción en la provincia argentina de Santa Fe.

Decidí continuar viendo ese primer capítulo interesado en ver qué les iba a enseñar a sus alumnos. Yo desconocía, como tantas otras cosas, el interés del Papa sobre la literatura.

En ese colegio provincial se enfrentó a un grupo de alumnos cuyo único interés era saber cómo seguir disfrutando de sus beneficios de clase alta de forma impune y sin culpas. Nada ajeno a lo que sucede en muchos colegios privados de Guanajuato.

La apatía de los alumnos lo empuja a dejar de lado su tema de estudio sobre el Mío Cid, para analizar, ante la provocación de un alumno, el cuento Emma Zunz, de Borges. Un cuento no propio para una clase de una escuela religiosa y más de ese tiempo. Bergoglio decide ir mucho más lejos tratando de despertar el interés en estos muertos vivientes y decide realizar un acto inusitado:  invitar al mismísimo Borges a su colegio para que dé una cátedra magistral y revise los cuentos que en su clase se han escrito. Esta idea era una locura, un arrebato imposible. ¡Cómo se atrevía a pensar que el gran monstruo sagrado de la literatura argentina (ya ciego para entonces), acudiera a una escuelita X! Pero la magia se realiza y Borges acude al llamado del insospechado futuro Papa.

A estas alturas de la serie yo estaba maravillado y enganchado. Me sentí emocionado, como si estuviera sentado en uno de los mesabancos de esa clase, a la espera de la entrada del ese viejo magistral, de ese genio que admiro desde mis años preparatorianos.

El actor, pese a que no se parece del todo a Borges, hay momentos en que me figuraba estar viendo al escritor hablando con esa voz pausada, lenta, de frases brillantes, respondiendo contundentemente a esa punta de barbajanes: “La literatura no está hecha sólo de palabras, sino de imágenes. ¿Y de dónde podrían provenir esas imágenes? De los sueños. El escritor debe ser fiel a sus sueños. Soñar sinceramente”. “Es justo para un escritor contar una fábula y no es necesario saber si es real”.

Yo no sabía que el Papa y Borges alguna vez se habían encontrado y que el mismísimo Papa le hubiera cortado las barbas a Borges, pero así fue. Y esto sucedió en el año de 1965, cuando aún a Bergoglio le faltaban 48 años para ser Papa.

Como suele suceder con mis obsesiones, aprovechando ahora que tenemos el internet, me puse a buscar qué había en la red. Me decepcionó: hay muy poco. Pero encontré que uno de esos alumnos, Jorge Milia, se convirtió posteriormente en periodista y escribió un libro titulado, De la edad feliz, donde narra esa mítica visita de Borges.

Borges nunca supo que el futuro Papa le había cortado las barbas, pues murió el 14 de junio de 1986 y Jorge Bergoglio se convirtió en Papa el 13 de marzo de 2013.

En particular, no soy fan del Papa, aunque me cae bien: es simpático y hay algunas de sus declaraciones que me han gustado mucho. Pero sí soy fan de Borges cuya admiración y deslumbramiento nació en la clase de literatura del Colegio de Bachilleres No. 5, donde estudiaba la prepa, y tenía una maravillosa clase de literatura en la que me dejaron leer El libro de arena, el último libro que escribió Borges. Quedé absolutamente fascinado con el libro. Poco después, en Círculo de lectores, compré las obras completas: un grueso tomo denominado Prosa, que recoge todos los libros de narrativa y ensayo que escribió Borges.

Cuando me dio por escribir, Borges se convirtió en mi maestro, mi fuente de inspiración, mi referente obligado y Prosa pasó a ser mi libro de cabecera, hasta hoy, como dice el libro de Los Reyes, en la Biblia.

La serie no la he terminado de ver. El hecho de que al Papa le guste la literatura y, particularmente la de Borges, es para mí suficiente motivación para ver los demás capítulos de la serie, y ver qué nuevas sorpresas me regala…  Aunque no sé si vuelva a escribir sobre él.