
Por: José Luis Ramírez.
El sol está cayendo a plomo, son las 12 del día, el tianguis de la colonia Jacarandas se despliega entre las calles Escuadrón 201, y Cerro de la Villa, son decenas de puestos que se alinean en los extremos, dejando en el centro otra hilera de comerciantes. En la medida que me voy acercando, encuentro comerciantes exponiendo sus mercancías en el piso, e incluso sin ninguna protección solar.
Me llama la atención que no hay ninguna corporación de seguridad, a pesar de ello, la gente se mueve con confianza. Es un día poco concurrido, de hecho, algunos vendedores empiezan a desmontar sus tendidos de sombra. La colonia Jacarandas en los últimos años florece como cardo, regado a veces por agua, y otras con sangre.
El comercio en la calle es muy sacrificado, y algunas veces ingrato, dicen los comerciantes. Nos han invitado para escuchar su malestar con los cambios implementados por la Dirección de Fiscalización. No son buenos tiempos para el comercio, dicen, las ventas están muy bajas, a veces solo sacamos los gastos del día. Son gente sencilla, pero hablan fuerte y con mucha decisión, cada uno de ellos, carga sobre sus espaldas, un pasado de marginación, enfermedades, limitaciones económicas, pero tienen una gran entereza, y saben oponerse a las adversidades. Dicen, trabajamos de sol a sol para poder sacar adelante a nuestras familias, somos gente honrada, y hemos vivido por muchos años del comercio. Lo poco que tenemos nos ha costado enormes sacrificios.
Los tianguis son parte de nuestra cultura ancestral, están en nuestra genética, pero los supermercados han desplazado a esta actividad llevándola a extremos de supervivencia, y a convertirse en una forma de autoempleo con grandes limitaciones de ingresos y ganancias. Los comerciantes que venden en los tianguis no tienen un perfil único, son jóvenes, mujeres, hombres, y particularmente llama la atención que hay muchas personas de la tercera edad, y personas con capacidades reducidas. Ellos son la factura pendiente de un gobierno que los ignora, cuando no lucra con ellos.
En los tianguis se vende de todo, desde ropa y enseres usados hasta prendas nuevas y de moda. La comida tradicional no puede faltar, quesadillas, sopes, tortas, carnitas, tamales, menudo, gorditas, igualmente, flores, frutas de temporada, pero todo debe tener un retorno de ganancia muy rápida porque algunos productos se descomponen por el calor, o porque son procesados para la venta diaria, pero sobre todo porque la mayoría de los comerciantes “viven al día”. Si no trabajan no comen, y si no venden sus productos, reponerlos será muy difícil.
Los comerciantes de los tianguis pagan dos cuotas, la fijada por Fiscalización, que en este caso es de 18 pesos, y la que pagan a sus lideres, que suele ser de 25 a 35 pesos. La primera ingresa a la tesorería municipal, la segunda no tiene un destino objetivo, e incluso, muchos de los comerciantes no conocen a sus lideres. En este tianguis de Jacarandas hay un aproximado de 200 comerciantes, una buena parte suele recorrer en el curso de la semana, los tianguis que se realizan en la ciudad, es su modo de vida. No tienen seguridad social, una enfermedad es su ruina, pero de cierto, de su trabajo, y de sus votos, otros estrenan ropa de marca, autos, alhajas. Son personas que antes los saludaban de mano, ahora los miran con desdén y hastío.
Si es difícil ganarse el pan con el sudor de la frente en un empleo formal y regular, es aún más duro, riesgoso, conflictivo e incomprendido hacerlo en la calle. Los tianguistas son parte de una cadena comercial que permite generar trabajo y utilidades en las empresas mayoristas de donde algunos se proveen de mercancías. Sin embargo, ellos no saldrán en los foros empresariales, no les harán desayunos, ni serán premiados por su capacidad de resistencia y abnegación social, pero eso sí,saldrán cada tres años en las fotografías de los candidatos de los partidos políticos. Habrá fotos al por mayor, y promesas que se diluirán en tres años.
La señora Lupita vende comida afuera de su casa, tiene años haciéndolo, y dice, en la campaña pasada andaba grite y grite a favor del candidato municipal, me llevaba el regidor que nos vendía verdura, y mire ahora como nos pagan. Me comenta, “el espacio asignado es muy reducido, la cocina no cabe, ni los clientes están a gusto”. Ha tenido que comprar dos veces un toldo, porque nos exigen que sea blanco, y de dos por dos metros. Me dice, si cierro mi comercio ¿Quién me dará trabajo? Tengo 58 años ¿con qué mantengo a mi familia? El sol de mediodía, el calor del ambiente, y el calor del comal en donde hierve aceite, hierve la piel cuando uno está cerca.
La señora Cruz, vende plantas, zapatos industriales usados, jícamas, y no tiene toldo ni estructura, me dice, he trabajado toda la vida lavando y planchando ajeno, gracias a ello, pude comprar un terrenito y ahora tengo mi casa, y con lo que vendo aquí me mantengo. Este es mi nieto, dice con voz amorosa, el chico no tiene más de cinco años, pero responde vivazmente, ¡Es mi mamá! Doña Cruz, sonríe, me mira, y me cuenta, lo tengo desde bebe, sus padres fallecieron, él siempre me acompaña a vender. Me pregunta, ¿dígame porque nos toma fotos? le explico que haremos una nota periodística, y me dice, está bien, pero diga la verdad. Le pregunto por el costo de las jícamas, y me dice 35 pesos, tomo una, y le entrego un billete de 50 pesos al cajero de 5 años, y me regresa el cambio correcto. Guardo la jícama en la mochila, y me prometo contar la verdad, solo la verdad.
He hablado con más de una decena de comerciantes, bullen en mi cabeza muchas ideas, y muchas preguntas. El sol arrecia, en el camino me encuentro algunos adultos mayores empujando un triciclo o carritos de supermercado llenos de mercancías. No los veo agobiados o tristes, el peso de los años los ha encorvado, pero no los ha vencido. Todos los días, antes de que salga el sol, se preparan para salir a ganarse el pan dignamente, el sudor es lo de menos, la vida es la que cuenta.
Hay quienes tienen poco porque ambicionan mucho, y hay quienes tienen mucho porque ambicionan poco. Hay que recomponer el camino andado, la tarea no se ha cumplido.
REVOLCADERO. Desde Colombia nos trajeron a Juan Pablo Escobar Henao, para presentar un software que consiste en un video juego de realidad virtual cuya intención es prevenir delitos entre jóvenes y evitar que caigan en la “tentación de las drogas, y la violencia”. El paquete incluye conferencias, y actividades. Mas allá de su efectividad, la sola presencia del conferencista genera distintos enfoques, porque es hijo del extinto Pablo Escobar, líder del Cartel de Medellín, una organización colombiana dedicada al tráfico masivo de cocaína, que recurría a los asesinatos de figuras políticas, judiciales y de medios de comunicación para evadir la justicia. La carencia de un programa real y efectivo de prevención de las adicciones en los niños y los jóvenes, los lleva a este tipo de ocurrencias costosas, y pasajeras.