Opinión

VIOLENCIA Y UTOPIA

Por: José Luis Ramírez Sánchez

 

"Si no puedes conseguir todo el bien,

que resulte el menor mal posible".

Tomas Moro.

Cuando el hombre dejó las piedras y tomó el arco para matarse a distancia, la sangre dejó de ser una huella lacerante en la memoria individual. Pero ni la flecha, ni la piedra pudieron acabar con las diferencias o con las ambiciones que las habían creado. Regular, convenir, acordar los límites de la convivencia y la mutua sobrevivencia fue el acto que dio comienzo a la civilización.

 

La disputa por el territorio, por el sustento e incluso por el hombre mismo fraguó la necesidad de articular un orden que permitiera vivir sin temor al hambre, al asesinato o al sometimiento por el más fuerte. La ley se estableció, y fue un listado de principios convenidos por todos, para el bien de todos, nunca se pensó que fuera inviolable, y por eso el castigo fue parte de la ley.

 

Pero más allá de la rudeza y la barbarie que no pocas veces hizo de la ley un listado de buenas intenciones, la reflexión sobre el individuo y su papel en la vida colectiva fue la tarea de los sabios que creyeron posible la creación de un modelo de sociedad. Para los sabios griegos, el dilema fue el hombre mismo, y si bien las leyes podían castigar el robo o el asesinato, no podían impedir que el hombre lo cometiese. Ellos lo sabían, la ley era importante para regular de manera general las relaciones entre los individuos, pero de manera particular, lo que ese hombre quisiese hacer nada podría impedírselo.

 

La severidad en los castigos, incluso la pena de muerte fue una manera de inhibir aquellas conductas que dañaban el bien común. Pero aun así, solo una cosa podía garantizar que las pasiones y la violencia de la que había emergido la sociedad, no trocaran ese fin último de la convivencia: la reflexión sobre la vida y la muerte. La importancia de la vida humana, la valoración de las emociones, de los sentimientos, de los gozos, de los placeres, de los triunfos, del amor, de la alegría, de frente a la cara siniestra de la muerte, hizo que se conformara una idea sobre los actos que alentaran la vida, y no la muerte.

 

Los actos a favor de la vida o de la muerte conformaron el juicio moral. Mientras que las conductas a favor de la vida se alababan, los actos siniestros se condenaban. De este modo la reflexión moral sobre la conducta humana, se convirtió en una enseñanza, en tanto no se esperaba a que los actos se cometiesen, sino que se utilizaban los actos pasados como ejemplo para educar.  De este modo surgió el teatro, las historias contadas y escritas sobre el origen del mundo, y de la vida humana. La educación para la vida, fue el núcleo de la moral para desalentar las conductas que ponían en riesgo la estabilidad social.

 

En esa reflexión sobre una vida moral en sociedad, se construyó desde el terreno de las ideas la sociedad ideal (la Republica de Platón). Pero como lo imposible, sólo puede estar en la imaginación, desde ese plano teórico se reformularon nuevos planteamientos a lo largo de los siglos para insistir en la creación de las sociedades perfectas, que en esencia serían la negación del hombre, en tanto la imperfección de este es el núcleo de su sobrevivencia. Sitios de toda bondad y acuerdo, lugares de orden y paz, alejados de la verdadera armonía, es decir desde las fuerzas que chocan pero que al mismo tiempo logran crear un espacio para el entendimiento y no el sometimiento fueron creados y teorizados para erigir ya no sólo una sociedad sino un mundo nuevo.

 

Desde Platón con la Republica ( 395 a.e.), Tomas Moro, Campanela, Marx y  hasta Aldos Huxley con su Mundo Feliz, por citar sólo algunos autores sobre este tema, intentaron poner en perspectiva el mundo utópico, el mundo de lo imposible, en donde la regla o la ley, hiciera que la sociedad funcionara como reloj. Esta vertiente teórica, tuvo su aplicación práctica desde la filosofía marxista en la historia de casi la mitad del mundo en el siglo pasado, su modelo fue llamado socialista, sin embargo, no resistió el siglo, quedando incluso distorsiones miserables de éste como en la isla de Cuba.

 

La violencia como generador de la utopía y el proceso civilizatorio  es un reconocimiento del verdadero ser humano- más allá de los sonrojos- , en tanto que de allí surge la necesidad de la paz y la armonía para vivir en certidumbre. Esa aspiración se enfatiza en el caos y la violencia.

 

El ser humano, ha sido pensado desde esa perspectiva durante muchos siglos, es las dos caras de la misma moneda: vida y muerte, violencia y paz.  Por eso se apela a la cara que exalta la vida. En la cultura virgen americana, la dualidad en los dioses no es arbitraria, se reconoce en ellos la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. Los dioses nacen de un acto violento, es más nacen algunos peleando como Huitzilopochtli.

 

Pero toda esa violencia de los dioses, trae consigo el nacimiento del hombre, que también lucha para sobrevivir en un mundo donde nadie es igual: ni en pensamiento, ni en intenciones; ni en conocimiento, ni en habilidades; ni en fuerza, ni en dominio. Cada ser humano, es único en la creación, y en esa unicidad acuerda pero no se somete, lucha y pacta la paz; ama y hace la guerra. No es un ser de una sola cara como sus dioses.

 

Las experiencias del pasado siglo, nos dicen que el ser humano desde su nacimiento alberga en su seno una ilimitada capacidad de amar, pero también de odiar; de dar vida pero también de matar. Por eso, un mundo donde la violencia es más cruda, solo puede alentar otro donde la paz sea permanente, la utopía. Es en esa búsqueda de la sociedad perfecta donde encuentra periodos de paz, de prosperidad, que le permiten curar sus heridas y recomponer su tejido social.

 

La violencia, dicen que solo genera violencia. Sin duda que genera incertidumbre, miedo pero al mismo tiempo genera la necesidad de vivir en paz, y es la oportunidad para reflexionar sobre la importancia de la vida. En ese sentido, es paradójicamente el impulsor de acciones para reencontrar o buscar el equilibrio social.

 

Negar de principio que la violencia tiene causas y orígenes muy definidos, es un error. En la medida que la sociedad desdibuja sus horizontes hacia la vida ideal, hace brotar los actos primitivos que le dieron origen. Y entre más se aleja del ideal, más se recrudece la violencia.

 

La utopía, el mundo de lo imposible, es un eco de la conciencia que se escribe, y reescribe para recordarnos que el bienestar no está en la disputa, pero tampoco en la uniformidad de pensamiento, ni en la igualdad por decreto, sino en la conciencia de que el malestar aviva el malvivir, aviva las pesadillas, sepulta los sueños o los hace tan breves que no valen la pena.

 

El dilema de la humanidad no es matar, sino cómo evitarlo y cómo vivir, de eso trata la moral; la utopía es la búsqueda generacional del respeto a la vida, y del derecho a vivirla y sentirla con toda su plenitud de cara al otro, reconociendo su luz y su sombra. Recordando a Shakespeare, nadie canta cuando la tumba cava…