Opinión

“Érase una vez…un regalo de los Dioses”

Lic. Silvia María Calvo Benítez

Regidora del Ayuntamiento de Cortazar, Gto.

En nuestro país y dentro de la antigua cosmovisión Mexica, las niñas y los niños eran considerados como “Un regalo de los Dioses”; y de ese modo eran amados, cultivados y tratados. Y ciertamente dicho concepto, en mi opinión, es perfecto.

 

            Después llegó la época de la Conquista; y con las ideas ajenas, los infantes pasaron a un segundo término y su destino dependía de la calidad de la cuna en la que habían nacido.

 

            Así cayeron encima los años y la suerte de la niñez no cambió mucho –al menos no a su favor-. A principios del siglo XX, se asomaba una que otra luz para alumbrar su camino; para tratar de que fueran vistos o siquiera vislumbrados, por el resto del mundo.

 

            Y mientras esto último sucedía, llegó el primer gran cataclismo social y político de la centuria recién mencionada: la temible Primera Guerra Mundial. Una vez que la ola de muerte barrió con parte de nuestros hermanos; por fin alguien tuvo la loca idea de que estos conflictos bélicos tenían efectos negativos en los menores. Y como consecuencia, se emitió la “Declaración de los derechos de los niños”, en 1924 durante la “Convención de Ginebra”.

 

            Posteriormente, una nueva catástrofe aconteció al género humano y llegó la espantosa Segunda Guerra Mundial; la cual fue aún más terrible que la anterior, debido a que el armamento y las estrategias dentro de los asuntos bélicos, habían evolucionado; y esa sofisticación las hacía aún más mortíferos. En esa ocasión, la niñez Europea quedó más que devastada.

 

            Y después de todo este horror, se crearon una serie de organismos internacionales, entre ellos la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF por sus siglas en Inglés).

 

            En 1989, se emitió la “Convención de los Derechos de los Niños”, la cual fue adoptada por los Estados Unidos Mexicanos.

 

            En nuestra nación, la protección de los Derechos de niñas, niños y adolescentes, encuentran su principal cimiento en el artículos: 4o. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; 3 de la Convención sobre los Derechos del Niño (ratificada por México y publicada en el Diario Oficial de la Federación el 25 de enero de 1991); y 3, 4, 6 y 7 de la Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes; adminiculados con lo conducente que se ha establecido por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (cuya competencia aceptó el Estado Mexicano el 16 de diciembre de 1998 al ratificar la Convención Interamericana de Derechos Humanos).

 

            En el año 2000, se promulgó la primera “Ley de los derechos de las niñas y los niños”; la cual fue abrogada; habiendo sido sustituida por la “Ley general de los derechos de las niñas, niños y adolescentes”, la cual se publicó el día 4 de diciembre del 2014; y que resulta ser un cuerpo legislativo más completo, jurídicamente hablando.

 

            Este hermoso documento, contiene catorce Principios Rectores para garantizar la protección de los derechos de niñas, niños y adolescentes, a través de las acciones y medidas que deben tomar las autoridades Mexicanas; y se encuentran en su artículo 6.

 

            Y dentro de este mismo compendio legal, se encuentra la mayor defensa específica en favor de nuestros infantes y adolescentes: el artículo 13. Este dispositivo legal, se encarga de establecer de manera enunciativa, más no limitativa; los 20 Derechos con los que cuentan dichos menores.

 

            Dentro de los derechos que se localizan en el referido artículo 13, el principal para mí, es el que se ubica en la Fracción I uno romano, y que es el  “Interés Superior de la Niñez”. Pero, ¿Por qué?

 

            Porque este Derecho, aún y cuando no se encuentra realmente definido; en México su concepto se ha establecido, según lo que señala una tesis emitida por la Suprema Corte de Justicia de la Nación; en la cual se dice que dicho concepto es interpretado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y que la expresión “Interés Superior Del Niño”, implica que el desarrollo de éste y el ejercicio pleno de sus derechos deben ser considerados como criterios rectores para la elaboración de normas y la aplicación de éstas, en todos los órdenes relativos a la vida del niño; lo que se puede resumir, como el hecho que cualquier ley o su aplicación, deberá supeditarse a que, ante todo, debe procurarse siempre el bienestar en todos los ámbitos, de un menor de edad.

 

            Por lo tanto, el gobierno Mexicano, y en especial las madres y los padres; tenemos la obligación ineludible y preponderante de proteger la vida y el bienestar de los menores.

 

            Sin embargo, la realidad es muy distinta. Todos los días nos enteramos de actos atroces cometidos en contra de quienes debían ser tesoros resguardados, por todos los medios.

 

            Y lo más triste, es que en la mayoría de los casos, toda la maldad que se infringe en contra de niñas, niños y adolescentes, es llevada a cabo por sus propias familias.

 

            Y esto es así, porque actualmente el tejido social se encuentra prácticamente destruido; todas esas relaciones familiares y comunitarias, se encuentran casi en un punto de quiebre. El respeto, la dignidad humana y el amor están prácticamente olvidados. Los valores son casi inexistentes. Reinan el caos, la superficialidad, la indiferencia y el libertinaje. Y en medio de toda esta vorágine vergonzosa, están nuestros hijos: niñas,  niños y adolescentes.

 

            ¿Y qué estoy haciendo yo por cumplir con mis obligaciones y por hacerles efectivos sus Derechos?

 

            Muy probablemente nada o muy poco; ya que cualquier delito relacionado con menores de edad, siendo de los más graves: los abusos o agresiones sexuales, la prostitución infantil, la pornografía infantil, el trabajo infantil en condiciones no permitidas; los embarazos adolescentes; la violencia y la discriminación en todas sus formas; las parejas separadas o las familias disfuncionales; los menores en abandono o en situación de calle; el horror de la guerra; y el odio entre los habitantes de este planeta; van en aumento.

 

            Luego entonces, es oportuno reflexionar sobre si este próximo 30 de abril debemos conformarnos con lo vistoso de los festejos y el oropel de los regalos, para volver a nuestras casas y continuar dando a los menores, una existencia amarga y que les impide desarrollarse adecuadamente como personas.

 

            Creo que para las niñas, los niños y los adolescentes, son más convenientes unos padres o una familia amorosa; que realmente los valore, los proteja y los eduque de la mejor manera posible, para que sean adultos felices en un futuro y no repitan patrones de conducta indeseables.

 

Este próximo Día del Niño, prolonguémoslo para siempre; tomemos conciencia; porque las memorias que los menores guarden de sus hogares, los marcarán de por vida, para bien o para mal.

 

No olvidemos que la concepción, el embarazo y la posibilidad de generar vida a través de la propia, merecen respeto y hay que agradecer esos bellos dones; ya que la hija o el hijo de cada uno de nosotros, es la materialización invaluable y preciosa, de estos obsequios que la naturaleza nos ha dado.

 

            Hagamos que los Derechos de los Menores de edad no sean sólo tristes Cuentos de Hadas.

 

Volvamos a nuestros orígenes; a esa inteligencia natural, simple; guiada por la razón.

 

Recordemos que cada niña, niño o adolescente; sea cual sea la forma en que fue concebido, es un ser libre de culpa; un ser vivo que se merece todo el respeto, el amor y los cuidados; un tesoro de vida y felicidad…un Regalo de los Dioses.