Ma. Cristina Sierra Rojas
(Presidenta de la Fundación Colosio, Filial Cortazar A. C.)
Me levanto por las mañanas; café en mano y smartphone en la otra, o teléfono inteligente o endemoniado teléfono, como lo llama mi madre después de observarme dos horas pérdida en la pantalla y en la tercera taza de café… Y no es que esté metida en Facebook o en twiter pero si en whatssap, especialmente en los enlaces que recibo de mi buen amigo, Guillermo García Sierra, todos referentes a lo que la prensa publica de nuestro hermoso estado y de sus municipios.
Lo irónico es que la belleza de Guanajuato, contrasta con la delincuencia que se lee en la prensa escrita; parece que estuviéramos en competencia con Michoacán para ver quién tiene más cárteles dominando las entrañas del estado, quién tiene más ejecutados, quién es más violento, quién vende más droga, más huachicol… Y no queda todo ahí, otro tema en el que hace énfasis la prensa y que siempre está de la mano con la delincuencia, es la política.
Hay una lucha encarnizada entre delincuencia y política, porque la primera se ha convertido en el talón de Aquiles de la segunda. Los que ya están en el poder son cuestionados desde las trincheras de sus rivales políticos y/o partidos políticos, del por qué sigue aumentando la delincuencia en el Estado, no hay artículo que no haga referencia al secretario de Seguridad Pública, Álvar Cabeza de Vaca Appendini, y al gobernador del estado, Miguel Márquez Márquez.
Y mientras tanto los que están a mitad de camino, prometen cientos de soluciones y artilugios para terminar con el tan odiado fenómeno social llamado delincuencia, claro, si son votados por el pueblo. ¿Y el pueblo? Bien gracias, decimos estar cansados, sedientos de justicia, agotados por cuidar nuestras espaldas en el día a día, encomendándonos a Dios y a todos Los Santos, para regresar a nuestras casas; sino con nuestras pertenencias, por lo menos con vida.
Irónico, sí, irónico porque si nos ofrecen un celular "barato" en la calle, lo compramos y seguimos nuestro camino hasta detenernos en la casa de "El Chanclas" a cargar gasolina, porque dicen que ahí está más barata, y no alcanza para más después de haber dado una "mordida" al tránsito que nos encontramos dos calles atrás y al que nos verificó el carro.
Y al final del día, llegamos a casa a lamentarnos del por qué los hijos adolescentes andan en malas compañías, por qué llegan con los ojos rojos o la mandíbula trabada, por qué son cada día más violentos si hemos trabajado arduamente para darles lo mejor, no hay tiempo para convivir, pero hay comida en la mesa y dinero en los bolsillos.
Lo que me lleva a cuestionarme, ¿dónde está el eslabón perdido de la delincuencia? ¿en el delincuente? ¿en los gobernantes? ¿en los partidos políticos? ¿O en la sociedad?